04 mayo 2012

1970-1979: Aquella increíble década, ya tan olvidada...

Retomamos nuestra querida sección de Clásicos del deporte, con este artículo de nuestro tertvliano Pepe @HowardTilman:

Una pequeña ciudad de 60.000 habitantes perdida en el mapa.

Una larga y arraigada tradición de amor por el baloncesto.
Un viaje, casi una aventura.
Una locura.

Una fecha: 20 de noviembre de 1966.

La historia del baloncesto europeo cambiaría para siempre desde aquel día, aunque ya nadie se acuerda.

Ese día debutó en primera división, de manera totalmente anónima e inesperada, un joven espigado de tan solo 16 años. Su entrenador en juveniles, Nico Messina, apodado "El Tigre", se había empeñado en ello con todas sus fuerzas, logrando convencer al entrenador del primer equipo de que el chico estaba ya preparado.
Nico Messina

Messina había visto al chaval dos años atrás, durante unos cuantos días, entrenando lanzamiento de disco en una pista de atletismo. Le había estado observando furtivamente, había algo en él que le hacía diferente: tenía el corazón de un guerrero.
-"Chaval, lo que tienes que hacer es jugar al baloncesto. Ven conmigo, yo te enseñaré. Serás uno de los grandes".
Así que, un par de años después, el jovencito debuta con 16 años aquella noche olvidada del 66. No lo hace mal, pero los inicios nunca son fáciles para nadie. Pero no deja de progresar, partido tras partido, aprendiendo, absorbiendo como una esponja todo lo que sucedía a su alrededor en la cancha. Y así, contra pronóstico, su equipo, un equipo casi de pueblo, consigue ganar en aquella la primera temporada del chaval, la recién creada Recopa de Europa, contra el super favorito Maccabi de Tel-Aviv.

El chico tiene estrella.

Messina, "hombre de club", llega en 1968 a ser entrenador del primer equipo, y entonces termina de poner las bases de lo que vendría luego. Ganan la liga en 1969, consiguiendo una química especial antes nunca vista en un equipo europeo. No era sólo cómo jugaban, sino cómo sentían, todos a una.
La indestructible fortaleza del equipo.
Jugadores míticos como Aldo Ossola o Manuel Raga formaban ya, junto a nuestro joven espigado, parte de un equipo que iba, sin que nadie aún lo sospechara, camino de convertirse en la mayor leyenda del baloncesto europeo en toda la Historia.

Una leyenda aún no superada.

Nico Messina da entonces paso a otro entrenador de enorme talento, uno de los más grandes, el verdadero padre del baloncesto yugoslavo: Aza Nikolic.

Aza Nikolic

Nikolic aprovecha la base que le deja Messina, y con gran habilidad consigue mezclar en un mismo equipo la tradición italiana, la nueva mentalidad yugoslava y, con la incorporación un par de años después del gran anotador Bob Morse, el talento estadounidense.

Estamos en Varese, comienza la década de los 70.

Prepárense porque esa pequeña ciudad será, durante 10 años, el centro del baloncesto europeo; todos mirarán asombrados hacia allí: ¿Cómo es posible lo que hacen esos chicos?

El equipo libra cientos de míticas batallas en Italia y en Europa, y, lo que es más asombroso, esos jugadores siempre parecen ir a la guerra sin ningún temor, amparados bajo el escudo y protección de aquel joven espigado que ha ganado músculo y que, nunca, bajo ninguna circunstancia, permite que nadie dé un paso atrás.
En 1973 Nikolic da paso en el banquillo a otro de los más grandes, Sandro Gamba, que perpetúa la leyenda de ese equipo de Varese al que todos quieren parecerse: el equipo del guerrero indomable.


Sandro Gamba


Ignis de Varese, 1973

Y en 1977, queriendo el destino que se cerrara el círculo, regresa fugazmente al banquillo el descubridor: Nico Messina.

La década más prodigiosa que recuerdan los aficionados se cerrará para siempre con un último y bello canto de cisne: de nuevo la Recopa de Europa en 1980. Efectivamente, el destino caprichoso cierra el círculo. Ese partido se convierte en el último viaje, la última batalla que librarán juntos Aldo Ossola, Bob Morse y nuestro guerrero. La contienda es agónica, pero los viejos guerreros consiguen finalmente, contra pronóstico, derrotar al poderoso Cantú de las superestrellas emergentes Riva y Marzorati por 90-88.

Y, al fin, descansan tranquilos.

Un año después, en 1981, el guerrero, el capitán, ya una leyenda inmortal, deja el equipo. Se marcha a la gran Milán, donde aún le da tiempo a perpetuar durante más de una década su increíble carrera con otras 2 Copas de Europa, 5 ligas, 2 Copas de Italia, 1 Korac, a añadir a todas las muchas que ya había ganado...

También con la selección de Italia aquel chaval, que fue descubierto para la gloria en una perdida pista de atletismo, saboreó éxitos y batallas sin fin: fue plata olímpica en 1980, sólo derrotado por los talentosos yugoslavos. En aquel torneo no había semifinales, sino una liguilla en la que los 2 primeros jugaban la final. Yugoslavia aseguró su pase, y la otra plaza se la tuvieron que disputar Italia y la anfitriona y todopoderosa URSS. Pocos dudaban de que el triunfo sería para los Eremin, Tarakanov, Thatcenko, Belov, Mishkin, Iovaisha o Belostenny, pero en una increíble exhibición de dureza mental, los italianos de nuestro protagonista dieron la sorpresa en la capital soviética por 87-85. También fue recordada su medalla de oro en el Eurobasket de Nantes 1983, que logró ganar por 105-96 a una selección plena de ilusión y talento: la España de Corbalán, Epi o Fernando Martín.

Pero en realidad, donde se forjó toda la leyenda fue durante aquella década prodigiosa de los 70, cuando un equipo, conocido ya para siempre como "EL EQUIPO", deslumbró para la eternidad: capitaneados por nuestro valiente gladiador, desde la minúscula ciudad de Varese, ese equipo de leyenda logró una hazaña que nadie ha podido repetir, y es probable que nunca se repita: ¡¡¡jugó 10 finales de la Copa de Europa de forma consecutiva!!! (desde la de 1970 hasta la de 1979, inclusive).

10 finales de la Copa de Europa seguidas, una detrás de otra.

Siempre Varese.

Ganaron 5 y perdieron otras tantas (tres de ellas por 3 puntos o menos). Son guerras que ya están en los anales de la historia del baloncesto, contra el Real Madrid de Wayne Brabender, el CSKA de Sergei Belov, el Maccabi de Miki Berkovich o la Jugoplastika de Petar Skansi. En la última de las 10 finales, la de 1979, se enfrentaron en Grenoble a unos jovenzuelos descarados que jugaban al baloncesto sin presión, casi por diversión. Se recuerda como uno de los mejores partidos de siempre. Los veteranos de Varese, curtidos en mil finales, no pudieron aquel día con el sorprendente Bosna de Sarajevo, que ganó 96-93. Un jugador que nunca había destacado especialmente y que no lo volvió a hacer, de nombre Zarko Varajic, jugó el partido de su vida, anotando nada menos que 45 puntos, que aún sigue siendo record de anotación en una final de la Copa de Europa. Pero a nuestro protagonista, el que de verdad le dejó asombrado fue otro joven enclenque y desaliñado que era puro talento y que marcó otros 30 puntos: Mirza Delibasic.

Nuestro legendario guerrero aún sigue siendo, hoy en día, el jugador con más Copas de Europa de la Historia (7), ha sido elegido miembro del Hall of Fame en USA (sólo 4 jugadores europeos que no llegaron a jugar en la NBA tienen ese honor: Belov, Cosic, Dalipagic y él mismo), fue el primer jugador europeo en ser seleccionado en el draft de la NBA, aunque en aquella época aún estaba muy lejos saltar el charco.

Pero, sobre todo, fue el gran capitán que llevó a un pequeño equipo de una ciudad perdida a dominar Europa durante toda una década con la furia guerrera del orgullo que nunca se rinde.


Un respeto por los precursores.

FORZA DINO MENEGHIN.